viernes, 14 de mayo de 2010

Articulo de Opinión del Catedrático Beethoven Herrera

Grecia, agrieta la Unión

Las protestas populares contra el plan de ajuste impuesto por el Gobierno griego como condición para acceder a la ayuda internacional han llegado hasta el Partenón, símbolo de la cultura occidental, y han dejado tres empleados bancarios muertos.

Tras vencer las reticencias alemanas se logró conformar el paquete de rescate, con aporte de diversos socios europeos por 80.000 millones de euros y del FMI por 30.000 millones hasta 2012.

Frente a la cercanía de las elecciones regionales, la canciller Merkel dudaba en asumir el apoyo a Grecia, pues se sabe que omitió contabilizar 1.600 millones de euros en gasto militares, y se dice que realizó maniobras financieras con Goldman Sachs para ocultar su déficit. Además, se acusa a Grecia de utilizar informes engañosos para acceder a la Unión.

Aunque el ministro de Finanzas de Luxemburgo Jean-Claude Juncker afirmó que no veía ningún riesgo de contagio de la crisis griega hacia la Eurozona, la reducción de la calificación de riesgo a España y Portugal expandió el pánico en los mercados y Wall Street cayó más de 5 por ciento en una sola jornada.

Los alemanes creen que rescatar a Grecia sienta un mal precedente y puede conducir al despilfarro fiscal, debilitar la moneda y aumentar la inflación. Con este precedente, no importa cuán mal se comporte un país, siempre tendrá la certeza de que sus socios vendrán en su rescate, y han puesto de presente que el pacto de convergencia que establece un 3 por ciento de tope al déficit fiscal y 60 por ciento a la deuda pública respecto del PIB, son parámetros que incumplen 20 de los 27 miembros.

Incluso cuando un país incumple esos parámetros, lo máximo que ocurre es que se le asigna una multa (como ha ocurrido con Francia y a Alemania), pero no hay un mecanismo coactivo que asegure la corrección de las políticas.

Para recibir la ayuda, el Gobierno griego se ha comprometido a reducir su enorme sector público, a bajar las pensiones y salarios de los empleados públicos, a elevar el impuesto al valor agregado desde 21 al 23 por ciento, y los impuestos a la gasolina, el alcohol y el tabaco: no habrá aumento para los empleados públicos por tres años, y los jubilados perderán dos pagos extras si sus pensiones superan los 2.500 euros.

Dada la mayoría parlamentaria del partido de Gobierno las medidas fueron aprobadas, pero el primer ministro Papandreou acusó a la oposición de engañar sobre el déficit fiscal cuando estuvieron en el poder, y de añadir miles de sus miembros a la nómina estatal.

La crisis evidencia el desfase entre los acuerdos monetarios que suponen convergencia en los indicadores de déficit y deuda, mientras el manejo fiscal es nacional; derivando en una esquizofrenia insostenible. Por ello, el comisario europeo para asuntos económicos y monetarios Olli Rehn ha propuesto que la Unión Europea revise los presupuestos de los Estados miembros antes de ser aprobados por los respectivos parlamentos.

Por todas estas razones, diversos analistas alemanes han planteado el retiro de su país de la Unión Europea para generar un esquema más reducido y exigente de países dispuestos a mantener la estabilidad fiscal y monetaria con un marco más robusto de regulaciones.

beethovenhv@yahoo.com

Beethoven Herrera


La Crisis del Siglo.....

EL FIN DE UNA ERA DEL CAPITALISMO FINANCIERO

Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado.

El desplome de Wall Street es comparable, en la esfera financiera, a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un giro copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía : «Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo.» Se termina el período abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: «El Estado no es la solución, es el problema.» Durante treinta años, los fundamentalistas del mercado repitieron que éste siempre tenía razón, que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaron.


La «edad de oro» de Wall Street se acabó. Y también una etapa de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión, «amos del universo» denunciados por Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades (1987). Poseídos por una lógica de rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda de beneficios exorbitantes.


Dispuestos a todo para sacar ganancias: ventas en corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos opacos, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds. La fiebre del provecho fácil se contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron, alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de los precios.


La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca «burbuja» reventó. El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200 mil millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Las cinco mayores entidades se desmoronaron: Lehman Brothers en bancarrota; Bear Stearns comprado, con la ayuda de la Reserva Federal (Fed), por Morgan Chase; Merril Lynch adquirido por Bank of America; y los dos últimos, Goldman Sachs y Morgan Stanley (en parte comprado por el japonés Mitsubishi UFJ), reconvertidos en simples bancos comerciales.


Toda la cadena de funcionamiento del aparato financiero ha colapsado. No sólo la banca de inversión, sino los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos (Standard&Poors, Moody's, Fitch) y hasta las auditorías contables (Deloitte, Ernst&Young, PwC).


El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las «hipotecas basura» era sabido de todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto ha sido denunciado -en estas columnas - desde hace tiempo. Sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo.


La administració n del Presidente George W. Bush ha tenido que renegar de ese principio y recurrir, masivamente, a la intervención del Estado. Las principales entidades de crédito inmobiliario, Fannie Mae y Freddy Mac, han sido nacionalizadas. También lo ha sido el American International Group (AIG), la mayor compañia de seguros del mundo. Y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson (expresidente de la banca Goldman Sachs.) ha propuesto un plan de rescate de las acciones «tóxicas» procedentes de las «hipotecas basura» (subprime) por un valor de unos 500 mil millones de euros, que también adelantará el Estado, o sea los contribuyentes.


Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado -las mayores, en volumen, de la historia económica- demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además, se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, con empobrecerlos aún más.


Las autoridades norteamericanas acuden al rescate de los «banksters» («banquero gangster») a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía una cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un costo de 4 mil millones de euros. Lo consideró un gasto inutil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Socialismo para los ricos, y capitalismo salvaje para los pobres.


Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas. Las cuales no tienen «plan B» para sacar provecho del descalabro. En particular las de Europa, agarrotadas por el choque de la crisis. Cuando sería tiempo de refundación y de audacia.


¿Cuanto durará la crisis? «Veinte años si tenemos suerte, o menos de diez si las autoridades actúan con mano firme.» vaticina el editorialista neoliberal Martin Wolf (1). Si existiese una lógica política, este contexto debería favorecer la elección del demócrata Barack Obama (si no es asesinado) a la presidencia de Estados Unidos el 4 de noviembre próximo. Es probable que, como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven Presidente lance un nuevo «New Deal» basado en un neokeynesianismo que confirmará el retorno del Estado en la esfera económica. Y aportará por fin mayor justicia social a los ciudadanos. Se irá hacia un nuevo Bretton Woods. La etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal habrá terminado.


Nota 1) Financial Times, Londres, 23 de septiembre de 2008


Por, Ignacio Ramonet